Introducción y sinopsis
Ganadora del Premio a la Mejor Película en Un Certain Regard en la pasada edición del Festival de Cannes, del Premio a la Mejor Dirección y Mejor Fotografía en la SEMINCI, y aclamada unánimemente por la crítica internacional, Black Dog, del prestigioso director Guan Hu, se ha estrena en nuestro país este fin de semana de la mano de Surtsey Films.
🐾 “Black Dog”: redención a ladridos en una China olvidada
Antes de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, la maquinaria estatal china desplegó operativos silenciosos en sus ciudades y pueblos más remotos. Uno de ellos fue la creación de brigadas especiales para capturar perros callejeros, bajo el pretexto de la salubridad pública y la buena imagen internacional. Esta realidad, poco conocida fuera del país, es el punto de partida que el director Guan Hu convierte en una poderosa metáfora sobre la marginación, la domesticación forzada y la necesidad de redención, tanto humana como animal. El caso es real, documentado por ONG locales, y se convierte en un telón de fondo inquietante que le da aún más fuerza a “Black Dog” (2024).
Guan Hu, uno de los cineastas más versátiles del cine chino contemporáneo, se aleja aquí de los grandes despliegues de producción de títulos como “The Eight Hundred” (2020) para abrazar una narrativa íntima, pausada y emocionalmente minimalista. Si allí hablaba de épica y sacrificio en la guerra, aquí nos invita a transitar la épica silenciosa de quienes sobreviven en las periferias, olvidados por el sistema. En este cambio de registro recuerda, por su contención y poesía visual, al Jia Zhangke de “Still Life” o incluso al Kim Ki-duk de “Spring, Summer, Fall…”, aunque sin el lirismo espiritual, sino más bien con una aspereza polvorienta que remite al western crepuscular.
La película se adentra en temas como la soledad del exconvicto, la pérdida de propósito, la deshumanización institucional y el vínculo afectivo inesperado que puede cambiar el rumbo de una vida. Pero sobre todo, “Black Dog” explora la condición de “animalidad compartida”: tanto el protagonista, Lang, como el perro que decide no abandonar, son vistos como prescindibles, como cuerpos sin derecho a pertenecer. Y es precisamente esa mirada mutua la que lo cambia todo.
Lang, interpretado con extraordinaria sobriedad por Eddie Peng, es un personaje casi silente, contenido en sus gestos, pero cargado de historia en cada arruga de su ropa y cada cicatriz de su rostro. Peng, conocido hasta ahora por papeles de héroe joven y atlético, se transforma aquí en un hombre vencido por el tiempo, al que solo le queda aprender a mirar a otro ser vivo a los ojos. Su actuación es contenido puro, y por eso resulta tan emocionalmente devastadora.
Junto a él brilla la enigmática Tong Liya, en el papel de Grape, una artista de circo itinerante cuya presencia en la película sirve como contrapunto poético a la crudeza del entorno. Tong logra transmitir una mezcla de deseo de conexión y resignación vital, y aunque su papel es menor en lo narrativo, aporta matices que enriquecen la atmósfera general.
Uno de los pilares estéticos de “Black Dog” es sin duda su fotografía, obra de Gao Weizhe, que convierte los parajes desérticos del Gobi en lienzos existenciales. El polvo, la chatarra, las sombras alargadas y las carreteras vacías construyen un entorno casi onírico donde los personajes parecen flotar más que caminar. Cada plano está cuidadosamente compuesto, con una lógica de austeridad visual que remite a las pinturas de Edward Hopper si fueran trasladas al interior de China.
La banda sonora, firmada por Breton Vivian, se mueve entre la contención ambiental y el crescendo emocional. A diferencia de otros dramas donde la música manipula el llanto, aquí cada nota parece emerger de la tierra seca que pisan los personajes. El uso de instrumentos tradicionales chinos mezclados con arreglos contemporáneos genera un efecto de atemporalidad emocional que subraya el tono melancólico sin forzarlo.
El perro protagonista, un whippet negro llamado Xin, no es solo un animal más en pantalla: es un personaje emocional con desarrollo propio. Sus gestos, su mirada, su resistencia a ser domesticado y su posterior entrega, logran conmover sin caer en el sentimentalismo. Tanto es así, que recibió el prestigioso Palm Dog Award en Cannes 2024, y Eddie Peng decidió adoptarlo al finalizar el rodaje. Su relación es el corazón simbólico de la película.
Visualmente, “Black Dog” utiliza motivos que refuerzan su tono: los muros derruidos, los espacios abiertos que aíslan más que liberan, y los vehículos desvencijados que nunca llegan a ninguna parte. El uso de la luz natural y los silencios largos invita al espectador a entrar en una dimensión de contemplación poco habitual en el cine más comercial. Es una película que respira lentamente, como lo hace un perro viejo al que la vida ha dejado atrás, pero que aún tiene hambre de afecto.
Esta película no es para todos los públicos, pero debería serlo. Porque en tiempos de ruido, velocidad y estímulo fácil, “Black Dog” se atreve a detenerse, a observar y a escuchar. Y porque, en última instancia, todos llevamos dentro a un perro que solo quiere ser visto, comprendido y abrazado.
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